LO PROMETIDO ES DEUDA
Lo
prometido es deuda, he asegurado a D. Cristobal Pinto Andrade que le contaría
la historia de un tocayo suyo que en tiempos mozos era famoso en su pueblo y la
comarca manchega. La razón es bien sencilla, el letrado considera que los
padres no deben ser privados de la Paternidad en niños de corta edad, o al
menos eso he entendido yo. Por eso me atrevo a narrarle, de buena fuente
primaria, la historia de un hombre cuyo sistema de valores no incluía la
PATERNIDAD.
Verán:
en un pueblo Manchego vivía una señora de posibles, viuda, que fue a parar a
estos lugares posiblemente por uno de los dos conventos que había en el
pueblecito, y que acogían a bebes, o niños pequeños, sin padre ni madre. Y era
así porque esta señora (a quien llamaremos Doña X) había nacido de forma
“natural”, es decir, el padre biológico de Doña X, que estudiaba en el
seminario posiblemente de nobles, (a quien llamaremos D. Manuel) no fue
autorizado a contraer matrimonio con Doña Ifigenia (llamaremos así a la madre
de Doña X). No solo no consintieron en el matrimonio sino que D. Manuel además
tuvo que abandonar el seminario ya que no era elegante que un cura tuviese una
hija natural.
Pero
D. Manuel siguió estudiando y al parecer llegó a catedrático o bicatedrático.
Pero la historia guarda aquí ciertas lagunas, porque no se sabe muy bien qué
ocurrió a partir de entonces con Dª Ifigenia: si murió o se murió por sí misma.
El
caso es que la entonces niña - futura Doña X- apareció por el pueblecito cuando
tenía unos cinco años y ya nadie sabía dónde andaba su madre; las monjas
intentaron enseñarla a leer, a lo que la nena respondió: “yo se leer y en
latín también”; en el pueblecito fue acogida por una señorona y a la niña
nunca le faltó de nada, al contrario.
Cuando
creció, Doña X se casó con un hombre de otro pueblo cercano, le puso un taller
de ebanistería, le hizo dueño de su patrimonio (por aquel entonces cuantioso
para los tiempos tan difíciles de España), y el matrimonio corrió normalmente
hasta la muerte del esposo que dejó a la viuda, cinco hijos y un negocio con
empleados para administrar ella sola, ya que la hija mayor tendría doce años.
Apareció
por el taller un hombre joven, soltero, alto y no mal parecido, andaba buscando
trabajo, en su tierra, otro pueblo mucho más alejado de La Mancha, no había
gran cosa, es decir, solo agricultura o señorío, y él no era ni una cosa ni la
otra. Así que Doña X le contrató. El mocetón, llamado Cristóbal, vio su
oportunidad de progresar en la vida además de una viuda de menos de treinta años
con un pelo entre castaño y pelirrojo, que le atraía más de la cuenta. Seguro
que adivina como sigue la historia: se casan y Cristóbal se queda en la casa de
la viuda, con todo lo que había en ella, incluidos los cinco hijos del
matrimonio anterior.
En aquellos
momentos España atravesaba tiempos muy convulsos y Cristobal no estaba
preparado para tanta responsabilidad y compromiso, así que cada vez que su Doña
X quedaba embarazada se buscaba una “sustitución” para no molestar a su mujer,
que por cierto, tenía una salud de roble. En el tercer embarazo surgió el
conflicto: los entretenimientos esporádicos habían pasado a ser habituales y la
comidilla en el pueblito no paraba, los escándalos eran excesivos. Quizá mal
aconsejada por algún religioso o aficionado a la religión en demasía, Doña X se
marchó de casa y llegó a Madrid, lugar donde nació. Estaba embarazada y para
que la dejaran en un refugio de la Iglesia, dijo que era viuda, porque si no,
la hubieran devuelto a su casa, a pesar de que el marido quería llevarse a la
casa conyugal a su nueva “amigovia”.
El
tercer hijo del segundo matrimonio de Doña X nació en una Inclusa (así se llamaba el orfanato por aquel
entonces) madrileña. Ella buscó trabajo de lo único que había en aquella época
para las mujeres: de sirvienta. Ello le obligaba a tener que dejar a su hijo en
la Inclusa. Pronto lo entregaron a una mujer para que fuese alimentado: estas
mujeres estaban concertadas con la institución para alimentar a los huérfanos a
cambio de dinero. Así que este niño fue criado por una nodriza.
Doña
X, la madre biológica, había ido repetidamente para que le mostraran a su hijo,
pero en un principio no lo consiguió. Los Directores del centro no dejaron que
lo viese ni supiese donde estaba hasta pasados los años, en que la mujer pudo
volver a casa y llegar a un acuerdo para solucionar la separación y
reagrupación de los hijos.
Mientras
todo esto ocurría estalló la Guerra Civil y la hija mayor de Doña X casó muy
joven con un Jefe de Falange, más concretamente mientras nacía el octavo hijo
de Doña X.
Tras
estallar la Guerra Civil Cristobal, en el pueblecito, cogió lo que pudo
incluyendo a las dos niñas de las que era padre biológico y se fue a Albacete.
La mayor ya debía tener diez años. Seguramente que alquiló algo pero él decía
que tenía que ir al frente y dejó a las pequeñas en casa de una señora de
“moral distraída”, que reaccionó pronto con el “marrón” que le querían colocar
y trasladó a las niñas a un pueblo cercano de Murcia donde no había frente ni
revueltas callejeras. Las dos hermanas vivieron un bombardeo en Albacete donde
lo pasaron en un refugio solitas, sin sus padres ni nadie para cuidarlas. Fue
lo que movió a esta mujer a sacarlas de allí, algo que en realidad les salvó la
vida. Estuvieron algunos años en dos familias de acogida, una de ellas en una
familia de derechas, la menor en una familia de izquierdas, donde el cabeza de
familia acabó algunos años en la cárcel, después de acabada la Guerra Civil.
Mientras,
Cristobal había tenido una hija con una mujer mucho más joven que él . En
realidad, esta era la verdadera razón por la que abandonó a las otras dos hijas
en casa de la meretriz. Después, Cristóbal aumentó su familia. En total, dos
hijas y dos hijos con los que permaneció hasta que Dios se lo llevó de un
infarto. ¿Por qué quedó con unos hijos y no con los dos del matrimonio? Es
fácil de adivinar: se declaró anarquista y debió de hacer de las suyas por la
zona, así que fue a la cárcel. Más tarde le conmutaron la pena de muerte a
cambio de la capitulación de bienes que le propuso el Jefe de Falange, marido
de su hijastra. Acabada la Guerra, ganan los rebeldes que le tenían vigilado y
no le dejaron moverse de la ciudad, de vez en cuando tenía que ir por el
Cuartel o por el Ayuntamiento para que le vieran, sino iban a verle a él, a su
casa.
Comentarios
Publicar un comentario